Tras el éxito, proclamado por los aliados, de la obertura de la ofensiva contra el régimen de Muamar el Gadafi, ayer llegaron los interrogantes.
¿Es una guerra? ¿O una operación quirúrgica, humanitaria?
¿Quién la lidera? ¿Estados Unidos? ¿O son una mera comparsa y esta es una guerra europea, francobritánica?
¿Se mantendrá unida la comunidad internacional? ¿O se resquebraja ya el consenso ante una operación incierta?
¿Es adecuado que en plena ofensiva contra un país árabe el presidente y el secretario de Defensa de EE.UU. se hallen en el extranjero?
¿Los aliados quieren relevar a Gadafi? ¿O sólo frenar la represión y quizá arriesgarse a que el líder libio se quede en el poder?
Y una vez concluida la misión, ¿qué? ¿Cuánto tiempo piensa la superpotencia mundial ocuparse de Libia? ¿Acabará viéndose obligada a enviar tropas?
Estas preguntas que en Washington, en Bruselas y en las principales capitales europeas sobrevuelan el debate en torno a la operación militar en aplicación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Ni el éxito inicial de la operación ni el hecho de que esté amparada por la ONU y que su alcance sea limitado no disipan las dudas. Los fracasos de la última década han exacerbado la susceptibilidad ante cualquier intervención.
Si durante años EE.UU. sufrió el síndrome de Vietnam, ahora sufre el síndrome de Iraq. Personas que jaleaban la invasión de Iraq, que había de transformar Oriente Medio, avisan del peligro de la misión libia.
“Nuestros intereses allí no son vitales. Estamos hablando del 2% del petróleo mundial. Sí, hay un problema humanitario pero, aunque pueda parecer un poco frío, no es una crisis humanitaria de la escala de, pongamos, Ruanda”, dijo en la NBC, Richard Haass, presidente de laboratorio de ideas Council on Foreign Relations. El experto habló del riesgo de verse envueltos en una guerra civil.
En el 2003 Haass era un alto cargo del Departamento de Estado con Bush que planteaba escasos reparos –muchos menos que ahora en Libia– a la inminente guerra de Iraq. A los reparos de una parte del establishment diplomático y militar, se añade la confusión sobre los objetivos de EE.UU., y su papel en la operación.
Barack Obama ha pedido a Gadafi que se marche, pero los militares recuerdan que su misión no es ni el cambio de régimen ni echar al líder libio. Obama insiste en que EE.UU. es uno más en una coalición, pero en los primeros días de ataques las fuerzas estadounidenses han comandado.
Obama dijo ayer en Chile que en los próximos días EE.UU. transferirá el liderazgo a los aliados. Y precisó que, aunque su objetivo sea la marcha de Gadafi, el mandato de laONUsólo contempla la protección de civiles.
En una rueda de prensa desde Stuttgart, el general Carter Ham, que comanda las fuerzas estadounidenses, reiteró que la misión es limitada, y no consiste en apoyar a los rebeldes sino en proteger a los civiles.
A la hora de bombardear a las fuerzas del régimen, Ham admitió que “puede resultar muy difícil” distinguirlas de las de la oposición. Al Pentágono, dijo, le preocupa que Al Qaeda aproveche la situación en Libia.
Desde la derecha, a Obama le reprochan que reniegue del liderazgo estadounidense. ¿Marcará Libia el inicio de una era en la que EE.UU. renuncia a mandar?
Otros, como el congresista de la izquierdas Denis Kucinich, dicen que lanzar una guerra sin el permiso al Congreso es ilegal.
“La Administración tiene que mejorar a la hora de comunicar con el pueblo americano y el Congreso sobre la misión en Libia, y cómo acabará”, dijo el republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes.
Desde Santiago de Chile, donde Obama se reunió ayer con su homólogo Sebastián Piñera, Obama envió a los líderes de la Cámara de Representantes y el Senado una carta en la que les notificaba del inicio de la ofensiva en Libia.
En ausencia de una declaración de guerra, el presidente de EE.UU. está obligado a informar al Congreso en un margen de 48 horas tras el inicio de los ataques, según la Resolución de Poderes de Guerra, aprobada en 1973, al final de la guerra de Vietnam.
Apenas cuatro días después de que la ONU acordara una difícil resolución a favor de la intervención en Libia y de que una coalición comenzara a bombardear las fuerzas de Gadafi, las incertidumbres han abierto grietas en la unidad internacional.
Las diferencias entre Reino Unido y Francia, además de las reservas de Turquía y Alemania, volvieron a impedir ayer que la OTAN acordara el plan operativo para participar en la zona de exclusión aérea libia.
Francia ha encontrado en España un aliado para defender que la organización militar –aunque considerada ideal para coordinar la operación de exclusión aérea en relevo de EE.UU.– quede relegada. La resolución de la ONU, recalcó la ministra de Exteriores Trinidad Jiménez en Bruselas, menciona “la incorporación de países de la Liga Árabe” a la coalición, objetivo que peligraría si se implica a la Alianza.
Italia, en cambio, defiende la opción contraria y ha amenazado con retirar las bases militares ofertadas si la OTAN no toma el mando. Su postura obtuvo ayer numerosos apoyos entre los ministros de Exteriores europeos, reunidos para evaluar la situación en Libia.
Francia busca una solución intermedia que implique a la OTAN pero como complemento y sin que sus emblemas militares luzcan en el país.
Otro punto de fricción entre los aliados es la duración de la misión: mientras EE.UU. quiere dejar el mando tan pronto como se anule la capacidad aérea de Gadafi e Italia advierte que no quiere involucrarse en una guerra, Francia cree que habrá que mantener una presencia disuasoria durante más tiempo.
El objetivo declarado de la ofensiva, “proteger a la población civil libia”, también tiene varias interpretaciones. Reino Unido y Francia creen que esto convierte en objetivo al propio Gadafi. EEUU. y España lo niegan.
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