“Estoy aquí tomando con mis hermanos en la cárcel y estoy triste porque no puedo hablar con la mujer que me robó el corazón, pero mi compadre me dice que hay que tomar para las penas… salud…”, posteaba en su Facebook Eugenio González Araya el cuatro de agosto pasado desde su celda en el penal de San Miguel.
Hoy, el joven amante del reggeton es una de las 81 víctimas que murieron calcinadas el pasado miércoles ocho de diciembre después de un tremendo incendio que afectó el cuarto piso de la institución y que, irónicamente, habría comenzado por una pelea causada por el trago, ese mismo del que este joven padre se jactaba en su página social y que ocupaba junto a sus compañeros para pasar el rato y evadir su hacinamiento.
“Pájaro verde” se llama el licor que fabrican los presos tras las rejas con restos de comida, frutas y lo que tengan a mano que ayude a fermentar esta chicha bajo el sol. Aunque también bajo las hornallas improvisadas con los balones de gas con que se cocinan.
El resultado, un líquido alucinógeno que según funcionarios de gendarmería se encontró en el lugar después del accidente, junto a estoques y lanzas que habrían sido la mezcla perfecta para iniciar una pelea bajo el calor del “copete”.
Una tesis que el diputado comunista Hugo Gutiérrez, presidente de la Comisión de DD.HH. de la cámara, confirma que escuchó cuando los cinco sobrevivientes del ala sur del cuarto piso eran interrogados por la PDI y el fiscal Alejandro Peña esa mañana trágica.
Él fue una de las primeras personas que pudo visitar la hoguera humana recién apagada por bomberos y fue en ese contexto que escuchó, de boca de los propios sobrevivientes, que el fuego provino del lanzallamas que ocuparon para apresurar la fermentación del trago.
“Me costó entrar al gimnasio, pero cuando lo logré la policía de Investigaciones, más un fiscal, estaban tomando declaraciones a estos cinco sobrevivientes.
Los vi, estuve al lado de ellos, no estaban quemados, tampoco se notaba que estuviesen en condiciones deterioradas, se veían por supuesto choqueados.
Todos jóvenes, muy menudos y muy delgados, creo que fueron estas características lo que facilitó que ellos salieran. Allí, en ese momento, daban otra versión de lo que había pasado esa noche. Aseguraban que el lanzallamas que encontraron en el lugar lo estaban usando para hacer chicha, que en realidad no hubo un incendio intencional como han hablado. Se contradecían con el tema de la riña, pero obviamente que una pelea no pretendería terminar nunca en un incendio que los matara a todos. Simplemente escuché y me enteré ahí de esta teoría, que estaban aplicando calor a la chicha para volverla alcohol. Todo, en la parte delantera del ala sur, cerca de la reja”, recuerda Gutiérrez, quien aún esta afectado por todo lo que vió esa madrugada.
Según Silvia Vidal, presidenta de la ONG Confraternidad de Amigos de Presos Comunes (Confapreco), el hacinamiento que se vivía en este lugar, los roces y el abuso del “pájaro verde” eran comunes por la falta de personal que vigilara a los reos, más aún que velaran por la integridad física y sicológica de la población privada de libertad.
“Nosotros trabajamos por cuidar los derechos humanos de los presos que son abusados por gendarmería, golpeados sin justificación y que no tienen voz dentro de la cárcel”, sentencia Vidal, quien comenta que durante el año 2004 (último registro archivado con el que cuentan), la agrupación recibió 22 denuncias de malos tratos desde el penal de San Miguel.
DOLOR A PUERTAS CERRADAS
Una realidad carcelaria que viven diariamente muchos de los 107.919 reos que cumplen condena actualmente en Chile, y que coexisten con el hacinamiento -reconocido por las autoridades penitenciarias- como el del edificio incendiado, que albergaba a 1.900 presos, cuando su capacidad era para 1.100.
“Desde que asumí como ministro de Justicia empecé a destacar que la situación carcelaria que habíamos heredado comprometía dignidades básicas de los derechos humanos, que tenemos una situación de hacinamiento que está del orden del 70% a nivel nacional. Donde caben cien presos tenemos en promedio 170 y eso se representa, con especial gravedad, en algunos penales. Esta cárcel (San Miguel) estaba prácticamente duplicada en cuanto a su capacidad”, aseguró a la prensa el ministro de Justicia, Felipe Bulnes.
Por eso se eriza la piel al escuchar que la tragedia más grande registrada alguna vez en una cárcel chilena haya calcinado los cuerpos de 81 reos comunes a temperaturas que sobrepasaron los 600 grados celsius, el que se incrementó aún más por la carga de combustibles que ocupaban los reos para cocinar o, según una de las tesis que se estudian, el cilindro de gas que ayudaba a preparar el brebaje para el carrete de la noche.
“En un incendio de estas características, a los cinco minutos ya se alcanza una temperatura superior a los 400 grados, y a los 7 minutos los pulmones colapsan. Es una temperatura muy alta”, comentó el capitán de bomberos Eduardo Prieto, quien realizó las pericias en el piso cuatro de la torre cinco del penal.
LA TORRE DEL IMPUTADO
La tragedia en el edificio construido en el año 1982 pilló a los internos dentro de sus celdas cerradas con candado, lo que empeoró aún más el infierno entre cuatro paredes y ayudó a expandir de manera más rápida las llamas y el humo negro que envolvieron el recinto donde vivían 149 hombres, distribuidos en dos alas de la torre.
Una construcción que no cuenta con lugares habilitados para capacitar a los reclusos, ya que hasta el gimnasio de la unidad penal es destinado para cumplir con el derecho de visitas y, según familiares de los reclusos, las actividades recreativas se realizan exclusivamente al interior de las torres.
Una realidad que incluso retrató un informe que la Confederación entregó el año 2009 a las autoridades de gobierno y donde destaca el siguiente testimonio anónimo.
Imagen“Cuando ingresé a la cárcel de San Miguel entré a un mundo húmedo, rejas, pasillos oscuros y torres. Lo primero fue la clasificación donde destinan a los que llegamos, me mandaron a la torre cuatro tercero sur, la famosa torre de imputado. Ahí llegan todos los imputados por diversos delitos, por suerte no falta el amigo que te acoge y te lleva a su carreta (espacios delimitados por camas entorno a una cocinilla), esta torre es un mundo en sí. El día empezaba a las 6:30 horas, primero la ducha, algo insalubre, mientras el perkin preparaba el mate y a la vez se encargaba de encaletar los tubos (teléfono) y cuchillas, ya que hacían allanamientos seguidos. A las 8:30 bajábamos al patio y hacían la cuenta, después todos para arriba, ahí algunos tomaban té, otros hablan por teléfono mientras llegaba el pan. Después nos movilizamos para las cosas del desayuno, a las 10:00 horas abren las puertas y bajan los que quieren y los otros se quedaban arriba. Los de abajo juegan a la pelota, se arreglaban las cuentas pendientes. A las 12:00 horas hay encierro y se camina para el almuerzo y se cocina... se demoraba ya que a las 18:00 horas recién se podía comer, a veces se cortaba la luz y ahí se almorzaba a las 22:00 horas, ya que la forma de cocinar es con el famoso mikron y así transcurren todos los días igual, entre peleas, tomateras, droga y algún apaleo. Todos en este mundo infame”.
PRESOS UNIDOS
La ONG Confapreco ha sido uno de los principales actores en dar soluciones en esta tragedia de San Miguel. Fue creada por Manuel Henriquez, quien actualmente está preso en la Cárcel de Alta Seguridad por robo. Su esposa Silvia Vidal y sus hijos se han hecho cargo de este proyecto que hoy lidera la querella contra los que resulten responsables del incendio en el edificio de seguridad.
“En un principio nos decían que éramos una agrupación del crimen, pero logramos aclarar que somos una organización de derechos humanos, ayudamos a las personas cuando están dentro de la cárcel y son abusadas en sus derechos. Nunca hemos ayudando a un delincuente que está robando en la calle”, sentencia esta dueña de casa que cuenta los días para que termine la tercera condena de su marido.
“Mi esposo hace cinco años volvió a caer preso, pero nos quedan solo dos años encerrados. Mientras, él es el encargado de las gestiones con el jefe de seguridad del recinto para poder entrar a la cárcel y organizar actividades, porque para nosotros, desde afuera, es muy difícil”, concluye Silvia.
“Nos sirve tener un reclamante desde dentro que solicite los talleres y organice a la gente”, cuenta Pablo, hijo mayor del matrimonio que muestra orgulloso el logo de la agrupación que talló en madera el sicario de la Quintrala, José Ruz, quien participa de los talleres que ellos organizan. En uno de los muros se puede ver también un cuadro vanguardista pintado por Tito Van Damme, el líder neonazi condenado por asesinar a un joven antifacista y que se los entregó como obsequio por su trabajo tras las rejas.
Así, Silvia, en conjunto con el abogado Carlos Quezada y los abogados de la Clínica de Acción e Intereses Públicos de la Universidad Diego Portales, se reunieron este viernes con algunos de los familiares de los presos fallecidos en el incendio para prepara en conjunto la querella que este lunes presentarán en el centro de justicia.
Esperan que con ella no se sumen nuevas víctimas después del intento de motín que vivieron en la cárcel de San Miguel la noche del viernes o en nuevas manifestaciones que puedan terminar igual de mal que el incendio que se llevó a 81 presos, todos siempre ahogando las penas con ese maldito licor.
agencias
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