Los múltiples sacrificios destinados a enjugar la deuda contraída desde el nacimiento no deben dar la imagen de un país tolerante, espiritual y que renuncia todo él a la violencia contra el prójimo. Gandid se sirvió de la no violencia en su lucha contra los británicos, que ocuparon su país hasta 1947. Desde entonces, a los ojos del mundo, la imagen de la India es la imagen de un país no violento. Y todo el mundo se queda sorprendido cuando oye hablar de violencia en el subcontinente indio.
En efecto, se olvida decir que Gandhi, al elegir la no violencia, había elegido al mismo tiempo la renuncia. Él se había hecho un renunciante. A través de y gracias a esta elección en su búsqueda de la verdad es como pudo vivir completamente la no violencia.
Los indios en conjunto no escogen hacerse renunciantes y los indios, como los demás hombres, no son ni más ni menos violentos que los demás pueblos.
Lo mismo sucede con la tolerancia. Los conflictos sangrantes entre comunidades rompen la imagen de una India no violenta, asociada con frecuencia a la imagen de una India tolerante, multiconfesional.
Conflictos mortales
Es cierto que la India acoge muchas religiones diferentes y no sólo el hinduismo. En su seno viven el Islam, el judaismo, el cristianismo, el budismo, el jainismo, el sijis-mo, por no citar sino las más importantes. Pero no por eso es más tolerante. Ahí están, para certificarlo, los conflictos entre musulmanes e hindúes, cristianos e hindúes, y las muertes que han ocasionado unos y otros. El mismo Gandhi, que había predicado la tolerancia durante toda su lucha, fue asesinado por un militante hindú. Y millares de hindúes y musulmanes han pagado con su vida esa intolerancia, justo después de la independencia del país.
Ante el mundo, la India sigue siendo el país de las religiones y la espiritualidad. Ahora bien, un viajero que llegue a la India se queda sorprendido al constatar que la espiritualidad no es lo propio de la India.
Una vez más, si bien las religiones cohabitan y se pueden encontrar en ella más renunciantes que en ningún otro país, los indios no son más renunciantes que las poblaciones de otros países. Y es posible que su visión de la muerte y la religión ya no esté tan lejana de la visión de los otros pueblos.
La gente de la India también se afana, como en cualquier otro país, por consumir, por tener más, y no por perder y renunciar.
Otro cliché: la mujer india, en la imaginación occidental, sigue siendo una mujer bella, sonriente, dulce... respetada, mujer de ensueño y soñada. Cierto que ella, vestida con el sari o la túnica, atrae las primeras miradas de cuantos ponen el pie en el país. La India, desgraciadamente, no cuenta sólo con este aspecto de las cosas. Y el lugar de la mujer ha sido con frecuencia y sigue siendo ligado a la noción de sacrificio; víctima como la sati de un sistema, víctima como las mujeres quemadas a causa de su dote, víctima de una sociedad donde simplemente tener un niño es esencial para resarcir la deuda de nacimiento.
Cremación y reencarnación
En fin, la manera como la tradición hindú enfoca la muerte despierta interés en Occidente. En realidad, se trata sobre todo de un plagio de prácticas y creencias sacadas de sus contextos. Así sucede con la reencarnación y la cremación. Cada vez son más los occidentales que creen en la reencarnación sin que por eso sean hindúes.
La reencarnación puede aportar seguridad al individuo en el sentido de que conoce de antemano que su vida no se detiene en la muerte. En efecto, la sociedad de consumo cimentada en el principio de la acumulación de bienes no toma en consideración la penuria. El individuo ha dejado de estar preparado para el fracaso. Para continuar su historia, la idea de la reencarnación le es favorable. Hay en ella una concepción occidentalizada de la reencarnación porque no se trata de la «reencarnación» según la tradición hindú.
En la tradición cristiana, el cuerpo, que ocupa un lugar importante, se entierra, luego se consagra y dispone para la resurrección (Credo cristiano: «Creo en la resurrección de los muertos»). Ahora bien, desde hace algunos años, por un problema estrictamente material (la falta de espacio) e higiénico, la cremación sustituye al entierro y la Iglesia católica ya no le pone ningún veto.
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