Estamos en los años 50 en la provincia de Córdoba. Un niño vive solo en el monte, en plena Sierra Morena. El chaval come como un animal. Lucha por la carne que se mete a la boca. Viste con pieles, aúlla y no tiene contacto alguno con otro ser humano. Es salvaje, libre y también feliz. Solo se relaciona con animales: lobos, hurones, buitres, serpientes, águilas, ciervos. Esta es la historia de Entrelobos , la pelÃcula que se estrena el próximo viernes y en la que el director Gerardo Olivares recrea la vida real de Marcos RodrÃguez Pantoja, el niño salvaje de Sierra Morena.
Nunca fue un lobo, pero convivió con ellos. Corrió como ellos, husmeó como ellos y se comportó como ellos. Y asà durante 12 años. Hasta que lo cazaron. No es una palabra figurada. Realmente fue una cacerÃa. "No puedo creer que una historia tan increÃble haya podido caer casi en el olvido", destaca Olivares.
Un niño de 64 años
Marcos, el real, vive en Galicia. Es un niño metido en el cuerpo de un hombre de 64 años. Nació en Añora (Córdoba) dentro de una familia pobre de solemnidad. Su infancia fue un infierno. Su madre murió cuando él apenas tenÃa 3 años. Su padre se volvió a casar con otra mujer, que lo maltrató hasta la saciedad. Le pegaba todos los dÃas. Lo molÃa a palos.
"Yo era muy pequeño y me mandaba al monte a por bellotas. Si no llenaba el saco no me daba de comer y me echaba de casa. DormÃa fuera, debajo de una mata", recuerda Marcos mientras parte leña en su casa gallega y Olivares le graba con su cámara (tras la pelÃcula, prepara un documental).
Harta de Marcos, la madrastra obligó al padre a vender al chaval. Era algo habitual en aquella época entre las familias que pasaban hambre. Con unos 7 años, el niño acabó en manos de un cabrero que vivÃa en el monte. Un buen dÃa, el cabrero desapareció y Marcos se quedó solo. No intentó volver con su familia. ¿Para qué? ¿Para seguir recibiendo palos? Tampoco intentó ir a algún otro pueblo cercano. Simplemente se adaptó a su nueva vida. "SentÃa que podÃa hacer lo que él querÃa. Y llegó un dÃa en que empezó a entenderse con los animales", afirma el antropólogo Gabriel Janer Manila, que en 1978 escribió su tesis sobre la historia de Marcos y que ahora publica He jugado con lobos (Bridge). Su conocimiento del caso ha sido una ayuda excepcional para la pelÃcula de Olivares.
Marcos afirma que un dÃa empezó a jugar con unos lobos cachorros. "La madre me encontró y me apartó con la pata. Yo me acurruqué contra la roca. No sabÃa qué iba a pasar, pero entonces la loba me tiró un trozo de carne para que yo lo cogiera y me lo comiera. A partir de ese momento, la loba empezó a lamerme. Yo me iba detrás de ellos como si fuera uno más", relata ante la cámara de Olivares.
El cineasta, sin embargo, deja claro que Marcos no se crió entre lobos sino que, simplemente, tuvo relación con ellos. "Se ayudaban mutuamente", subraya. Enfrentado a una soledad asoluta, Marcos "se tuvo que fabricar una familia", según Olivares. "La imaginación, concluye, fue su arma de supervivencia en el monte". Y pone un ejemplo de esa imaginación: "Marcos asegura que los animales le sonreÃan, pero eso es algo imposible. Los animales no se rÃen".
Marcos, que vivió 12 años en plena Sierra Morena, recuerda cómo se hizo el lÃder de los lobos. "Yo mataba para comer. Me montaba encima de los ciervos y les partÃa el gañote. Los lobos sabÃan que yo repartirÃa la comida con ellos. Y si les daba de comer significaba que era su amigo. Los lobos venÃan conmigo, me tenÃan respeto. Cuando yo pegaba un grito, ¡buf!", cuenta. "Además, ellos me temÃan porque yo hacÃa fuego. Pero --añade-- nos llevábamos bien. Cuando yo estaba en peligro, les llamaba y ellos venÃan por mÃ".
A pesar del frÃo, el hambre y la soledad, fue completamente feliz en el monte. "Claro que era feliz. DormÃa cuando querÃa, comÃa cuando querÃa", recuerda. Llevaba el pelo largo y, una vez que la única ropa que tenÃa (pantalones, chaquetilla y unas alpargatas) se le destrozó, empezó a vestirse con pieles de ciervo.
No solo se relacionó con los lobos sino con todos los animales del monte: las cabras del cabrero, culebras, cervatillos, águilas, conejos, perdices. Aprendió a imitar el sonido de todos ellos. "Para él, entenderse con los animales no fue tan difÃcil como hacerlo con los hombres. Se convirtió en el rey del valle", recuerda el antropólogo Gabriel Janer.
Olivares, cámara en mano de cara al documental, no se corta en preguntar cosas a Marcos. Incluidas las más Ãntimas. "Claro que se me ponÃa tiesa", afirma entre risas. "Me ponÃa una piedra ahà y ¡para arriba! Era mi tirachinas", continúa.
En 1965, la Guardia Civil cazó a Marcos. "Vi a un tÃo con un caballo y me asusté. Llamé a los lobos, pero también se asustaron porque empezaron a disparar", contó Marcos en una entrevista concedida a Radio Nacional. "Me cogieron y mordà a uno de ellos, asà que me metieron un pañuelo en la boca y me ataron con cuerdas. Los hombres decÃan: "Cuidado, este es amigo de los bichos", explicó Marcos, que muchas veces se refiere a sà mismo como "nosotros, los animales". Para él, los animales "son mejores que las personas".
Entrelobos , la pelÃcula, termina con la caza de Marcos. No habla de lo que sucedió después, de cómo fue engañado por todo el mundo. "Es un hombre inteligente, en caso contrario no hubiera podido sobrevivir en el monte. Pero es inocente y por eso todo el mundo le tomó el pelo. El, para empezar, no sabÃa ni qué era el dinero", narra Olivares.
Una vez cazado, la Guardia Civil intentó devolver a Marcos a su padre, que no lo quiso ni en pintura. Terminó con unos pastores en una finca y después estuvo un año con unas monjas. Acostumbrado a comer como un animal, tuvo que aprender a sentarse en la mesa. Las sopas le costaron. Al principio, se las tenÃan que dar con inyecciones. Más tarde, estuvo dos años en el servicio militar y allà le aconsejaron ir a Mallorca para trabajar en la hostelerÃa. Su periplo concluyó en Málaga y en Galicia, donde reside ahora. "Habrá Dios --concluye--, pero si lo hay no sé por qué ha hecho esto. Y algo tiene que haber ahà arriba, porque si no-".
Marcos aparece en Entrelobos . Lo hace al final de la pelÃcula. Pasea en bicicleta, se baja y camina por el monte. Después, se quita la camiseta, se tumba en una piedra y aparece uno de los lobos del filme. ¡Auuuuuuuuuuuuuu!
Agencias
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