videojuego que disputan el gobierno de Estados Unidos y Wikileaks parece estar a punto de dar el salto a una nueva pantalla. Coincidiendo con las noticias de una nueva orden de arresto contra Julian Assange por presuntos delitos sexuales en Suecia, han empezado a sonar tam-tams de guerra y de que Wikileaks prepara “la madre de todas las filtraciones”, una explosión de documentos siete veces mayor que los que ya filtró en relación con la guerra de Irak.
Además, esta vez no emergerían secretos militares sino políticos, cables confidenciales del Departamento de Estado con incómodos comentarios y secretos de líderes y gobiernos extranjeros en Asia Central, Rusia, Israel y Europa.
Para hacernos una idea del material de qué estamos hablando es importante tener en cuenta que el Departamento de Estado no es el Pentágono sino el equivalente norteamericano del ministerio de Exteriores.
Lo forman diplomáticos pero también analistas de inteligencia que trabajan al margen de los del FBI o la CIA.
Su función está mucho más orientada a la toma de decisiones políticas e incluye elementos tales como la transcripción literal de conversaciones del secretario de Estado con mandatarios extranjeros, consultas del personal de las embajadas con fuentes de información en sus respectivos países –y valoraciones personales de qué credibilidad les merece cada una-, posibles casos de corrupción que se conozcan, secretos conocidos o intercambiados, etc.
Avisos a varios países
Es una documentación altamente sensible por los datos que puede contener, por la procedencia de los mismos y por el alto componente subjetivo que a veces interviene en su valoración. Es como si se hicieran públicos por ejemplo los blocs de notas de los periodistas que en su día investigaron el caso Watergate, con los nombres y apellidos de sus fuentes, qué reveló cada una y qué opina el periodista de los motivos que les impulsaron a dar o a ocultar información.
Sin duda sería una lectura muy emocionante pero también el fin de la carrera periodística de su autor. James Jeffrey, embajador de Estados Unidos en Bagdad, se ha quejado de manera abierta: “Wikileaks se está convirtiendo en un impedimento espantoso para hacer mi trabajo, que exige poder hablar en confianza con la gente. De verdad que no entiendo por qué motivo hay que hacer públicos estos documentos. No va a tener ninguna utilidad para nada, sólo la de impedirnos trabajar”.
Hace bien el embajador en preocuparse porque, de ser ciertos los rumores, la filtración en ciernes va a revelar entre otras cosas que el gobierno turco apoyó a combatientes de Al Qaida en Irak, a la vez que Estados Unidos apoyaba desde Irak a los separatistas kurdos contra Turquía.
Es sólo un ejemplo de acciones encubiertas de un gobierno perfectamente conocidas por el otro pero que si se oficializan exigen una reacción frontal y limitan enormemente las salidas diplomáticas.
Otras posibles revelaciones incómodas serían casos de corrupción en Afganistán y Asia Central, análisis nada halagadores del Departamento de Estado sobre la política rusa –que se teme que introduzcan tensión con Moscú en un momento en que la distensión es clave- y hasta algún comentario embarazoso del personal de la embajada americana en Tel Aviv. Por de pronto el Departamento de Estado ha mandado avisos a varios países, entre ellos Suecia, el Reino Unido y Noruega, para que se vayan preparando por lo que pueda suceder.
Lo más curioso es que en este caso está levantando más la liebre el gobierno de Estados Unidos que la misma WikiLeaks, que se limita a guardar un ominoso silencio. Son fuentes del Departamento de Estado las que han empezado a hacer aflorar a la prensa su inquietud por la nueva posible filtración, que podría producirse la semana que viene o incluso antes. Según la agencia Reuters, Wikileaks habría ya entregado los documentos al rotativo norteamericano The New York Times, al alemán Der Spiegel y al británico The Guardian, sus fuentes de distribución habitual. La novedad es que esta vez podrían sumarse el francés Le Monde y hasta el español El País.
Agencias
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